Te das cuenta que estás bien metido en esto de ser padre o madre cuando, luego de cargar a tu hijo o hija, te pones a moverte como si todavía la tuvieras en tus brazos.
Dance por Dino Ahmad Ali. Algunos derechos reservados
Vera mira su mano. Ya va aprendiendo a empujar cosas, va descubriendo que puede golpear un objeto y que este va a tener algún tipo de reacción. Ese proceso en el que ella va a descubrir el poder de la relación vista-mano no es otra cosa que un proceso de millones de años resumido en semanas. Un salto evolutivo comprimido.
Y así la sacamos a pasear desde hace un par de semanas. Me gusta sacarla en coche o en un fular (que, sinceramente, es lo máximo). La idea es que se vaya acostumbrando poco a poco a los sonidos de la calle. El fular es muy bueno porque se duerme instantáneamente, se acomoda, la sientes descansar sobre tu pecho. Todo genial. El coche es un poco más complicado, como que no le gusta, se retuerce un poco, se agita, se quiere despertar.
El asunto es que a veces logra despertarse y es la furia del Kraken desatada. Llora como si de verdad estuviera muriendo, cuando ella y yo sabemos que no es así. Nada que no se pueda solucionar.
El tema es luego el batallón de madres o abuelas que circulan como zombies por las calles diciéndote qué hacer. O que tu forma de cargar a tu hija no es la adecuada. O que está muy apretada. Es como si haber sido madres alguna vez hace mucho tiempo en una galaxia lejana muy lejana les dieran no sé qué clase de impunidad para opinar.
Claro, siempre se puede hacer oídos sordos.
Lo genial es que ser padre también te da cierta impunidad de mandar a toda esa horda al diablo. Gracias hija.
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