Asa Branca es un pueblo rural brasileño, pero podría ser un pueblo rural peruano. La vida gira alrededor de la agricultura y la religión, además por lo que el hacendado local, el señorito Malta ordenaba, más allá de los dictados del alcalde o la autoridad local. Hace como veinte años, un grupo de cuatreros desalmados y armados hasta los dientes, llegó y amenazó a todos los habitantes de Asa Branca. Ellos querían robar las joyas de la pequeña capilla, donde se guardaba una cruz de oro. Un joven artesano, un santero, se interpuso entre los ladrones y la iglesia y se inmoló. Fue baleado frente a la puerta de la iglesia. Su cuerpo fue arrojado al río. Los ladrones huyeron, pero el pueblo se salvó.
El joven llamado Roque se convirtió en un santo y se le atribuyeron una serie de milagros. Era como Sarita Colonia, un santo popular. La vida transcurría relativamente bien en el pueblo. Incluso, los habitantes de Asa Branca estaban contentos porque se iba a filmar una película sobre la vida del joven Roque.
Hasta la mitad de la historia era para mi una telenovela de enredos, salvo porque estábamos ante quizá uno de los mejores giros argumentales que alguna vez haya visto en televisión.
Roque (José Wilker) regresa a Asa Branca luego de veinte años. «¿Está seguro que esto es Asa Branca?», pregunta Roque en la cantina local. Roque nunca murió. Nunca se inmoló. Es más, él fue quien robó las joyas de la iglesia y se fue del pueblo. Fingió su muerte porque no aguantaba más la vida rural. Pero quería regresar, ya hecho un próspero citadino, a ayudar al pueblo, a regresar las joyas (¡milagro!, exclamaron algunos, besando la imagen de Roque Santero) y a cerrar sus culpas.
Por supuesto, el status quo de Asa Branca fue remecido. El pueblo, cada vez más enterado de la mentira, prefirió cerrar los ojos a hacer pública la verdad. El final, cínico, con Roque alejándose en el avión y donde todo siguió como si nada ha pasado, debió ser de lo mejor que vi en la televisión en toda mi vida.
Y José Wilker, me entero hoy, ha fallecido.
Qué triste. Wilker hizo creíble la historia de este joven embustero, ahora adulto. Wilker era el viento de la modernidad en un pueblo que se aferraba a la tradición, sea como sea.
Adiós, José Wilker, gracias por todo.
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