(Salgamos un rato de los temas habituales del blog).
Hay una suerte de indignación general, aunque sea exagerado decirlo, contra cierto pensamiento (que, equivocadamente, Rocío Silva le llama «pragmatismo criollo») fuerte que ha aparecido en muchas encuestas, donde habría permisividad con aquellos gobernantes que roban pero hacen obra.
Imagino que si tuviéramos que hacer una especie de genealogía, de aquel momento en el que aparece con fuerza la idea. Tendríamos que rastrear al momento en el que los ciudadanos dejaron de confiar en el estado y en la colectividad en general.
A veces olvidamos que el nivel de pobredumbre social y política al que llegamos en los años 80 fue tal, que la mayoría de peruanos quería irse porque no había forma de vivir en un país donde uno abría el caño y salía caca. Los medios extranjeros casi decían que SL estaba a punto de tomar la casa de gobierno. Es en ese contexto en el que el «Chino» le gana al futuro Nobel de Literatura, con la imagen de la yuca en la mano.
Con un país social y emocionalmente quebrado, se instaló la idea del sálvese quien pueda, donde nada se puede esperar ya del gobierno, salvo que deje de joder al emprendedurismo popular, informal y achorado. Si nada tienes que esperar del gobierno, al que, además, ni le pagas impuestos, ¿por qué habría de preocuparnos si roban? Total, no es ni siquiera mi plata.
Así, si el gobierno, que ya sabemos que roba de todas maneras, hace algo de obra, ¿por qué no? Es totalmente lógico. ¿Acaso, además, los medios de comunicación no repiten que los políticos son unos comechados, comecables, robapollos, mataviejitos? ¿Por qué habría de preocuparnos de la calidad del político de turno, sea este un alcalde o un presidente?
A nivel más micro, la corrupción, el acto de «romperle la mano» a un policía, es un espacio de diálogo entre el ciudadano y el estado, que de otra manera funcionaría si es que se contara con el capital social adecuado (leer a Fernando Vivas) o se bloqueara una carretera (el lobbie de los pobres, a decir de Carlos Meléndez). Es un diálogo, nay que decirlo, que se da bajo as reglas del compadrazgo, de un compadrazgo de primos acaso lejanos, pero donde se sabe que hay una complicidad en la transgresión. Un compadrazgo, además, conservador (porque tiene que cuidar las formas) y bastante machista. El alto número de mujeres policía atropelladas así lo revela.
No sé me ocurre cómo revertir todo esto, salvo decir, a grosso modo, que uno de los temas más urgentes, es la recuperación de la confianza del ciudadano y las instituciones estatales. Que se sienta que cumplir las reglas no es de idiotas, sino que es parte de la convivencia básica. Sino, vamos a seguir dando vueltas, golpeándote la cabeza y repitiendo «hasta cuándo, Zavalita».
PS. «Estamos pues ante la moral achorada, incrédula ante la ley y concentrada en el goce inmediato.», escribió hace un tiempo, Gonzalo Portocarrero.
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