«Mira, papá, un trato, yo termino este rompecabezas y luego nos vamos a dormir, ¿ya?»
Qué increíbles han sido estos tres años, Verita. Viéndote, he podido ver mi vida poco a poco, desarmada y armada de nuevo, ver a través tuyo lo maravilloso que es el mundo, lo maravilloso que es quedarse mirando la luna, las estrellas, escuchar música, verte ya despojándote de todo aquello que te hacía una bebé y cada vez convertida en una niña, alegre, feliz, juguetona, que quiere de una vez comerse al mundo.
No hay ataduras contigo. Sigues con las mismas ganas de subirte a los toboganes más altos, de convertir cualquier tramo de vereda en una pista de carrera y gritar en sus marcas, listos, ya. Ahora has incorporado la capacidad para armar tu propio tiempo y negociarlo. «Un trato, mamá», dices, apelando al poder de la palabra y la negociación. Lamentablemente, digo yo, también has descubierto que hay tratos que no se pueden hacer, porque uno siempre debe lavarse los dientes antes de dormir y no te puedes quedar jugando hasta tarde. Digamos, que también vas descubriendo que esto de ser padres, para nosotros, implica que pongamos límites.
Así, vamos pasando de los primeros años, mucho más de observación casi arqueológica, del ver cómo te ibas convirtiendo de un primate recién nacido a un homo sapiens, con tu caminar erguido y tus habilidades motoras, al paso a la civilización, desde una mirada más normalizadora. En cierto modo da pena, todo esto de normalizar, de poner límites. Pero a la larga, la contención es algo que lo llevamos todos. Te aseguro, Verita, que lo intentamos lo mejor posible para que no pierdas esa curiosidad, creatividad y cariño que tienes por las cosas.
Mira, te ponemos todas las hojas de papel del mundo mundial. Lógico que si pintas una pared, vamos a decirte que eso no se hace. Y seguramente contendremos un poco la risa al momento de que nos expliques por qué lo hiciste. Es la mala suerte del trabajo del padre, velo así.
Te amamos con todo nuestro corazón. Nos pone orgullosos todo lo que haces, todo lo que descubres, todos tus talentos que tú mismas vas descubriendo. Nos da un poco de vértigo, un poquito solamente, porque, y bueno así funciona la humanidad, vas a una velocidad aún mayor a la de tus padres y las veredas, las reales y las imaginarias, se quedan un poco cortas. No tardarás en correr más rápido que nosotros, te lo aseguro.
Y el mundo, como te das cuenta, es un lugar increíble para correr.