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Gentrificación informal

Imaginemos que vamos a una ciudad cualquiera, que vamos y circulamos por sus calles, cenamos en sus restaurantes más caros, nos hospedamos en sus hoteles más exclusivos. ¿Cómo nos sentiríamos? ¿Quizá como un diplomático en la ciudad de la francesa Casablanca, pero mientras está ocupada por los nazis?

Algo así sentí cuando leí y vi el video 36 Hours in Lima, Peru, realizado por la periodista Paola Singer para New York Times. Ella hace turismo de lujo, es claro, y va a llamar la atención sobre lo que ve y ha consumido. Hay algunos detalles que me parecen sintomáticos, sobre la ciudad, sobre cómo va cambiando y de qué forma.

La periodista está caminando por la calle de Cajamarca (donde está la tienda de artesanía Las Pallas, al lado del colegio Los Reyes Rojos).

«Then make your way to the tree-lined Saenz Peña boulevard, which leads to a clifftop walkway overlooking the Pacific», escribe Singer.

Efectivamente, ella debió llegar justo al lugar que fue expropiado a toda la ciudad, el acantilado que fue reclamado como suyo por la Sra. Díaz Ufano, «hasta la tercera ola». El primero de los síntomas, un malecón cortado, usurpado por moles de concreto y donde quien paga tiene más derecho que otros para disfrutar la vista al Pacífico.

La crónica sigue en el restaurante Cala, que fue cedido por el alcalde Martín del Pomar, a cambio de que los dueños invirtieran en malecones, playas, rompeolas.

Singer escribe que «his sleek, contemporary spot sits on a pebbled beach favored by surfers and has an outdoor terrace that attracts a good-looking crowd in the afternoons».

Si el argumento era que la Municipalidad de Barranco no podía tener recursos para mantener las playas, por qué no dar en concesión parte del literal a cambio de ingreso para la municipalidad y tener playas. Hoy en día, Cala no solamente ocupa el litoral, sino que se ha ido apropiando de a pocos de más litoral para tener estacionamiento para carros, allí donde era espacio público no cedido. El malecón aledaño al litoral se interrumpe. Por supuesto, Singer ni se pregunta de nada. Algunos dirán que por qué ni para qué. Seguramente si fuera a Indonesia, jamás se preguntaría si el barrendero de la cocina de lujo tiene nueve años y le pagan una miseria, además.

Una visita de lujo en Lima no puede no ir al mejor restaurante del Perú y uno de los mejores del mundo.

«A unique understanding of Peru’s biodiversity, demonstrated in two tasting menus divided by the altitudes and sea depths where the ingredients are found, has earned Virgilio Martínez accolades: His restaurant, Central, climbed to the No. 4 spot this year in the World’s 50 Best Restaurants list sponsored by San Pellegrino.»

Me encanta esa frase. «Un entendimiento único de la biodiversidad del Perú». No deja de ser totalmente sintomático de lo calato que está este país, que este restaurante no cuente hasta ahora con licencia municipal. Y por supuesto, a la prensa gastronómica eso no le importa en lo absoluto. Es más, van a responder con evasiones, con que no es su tema si el restaurante al que le revientan más cohetes tiene problemas con el gobierno local donde está instalado. O que su construcción se hizo a través de un arreglo verbal con el alcalde de turno.

Es una ciudad de ensueño, donde varios de los barrios descritos allí (sobre todo Barranco) han ido elitizándose, pero a la mala, prepotentemente, ya sea con contratos que nunca se cumplieron, sacando títulos de propiedad absurdos o simplemente operando sin licencia municipal. Casi como en el resto de las cosas con las que nos gusta presumir.

Publicado en Ciudad

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