A propósito del libro Civilizaciones de Laurent Binet (2020), una ucronía en la que se habla de una historia distinta, en la que las culturas y sociedades americanas ya estaban al pendiente de Europa y por tanto mucho más atentas al momento de la conquista. De hecho, la conquista nunca se dio y fueron más bien los americanos, y más específicamente los incas quienes llegaron a Europa en 1531.
No es el objetivo de este post criticar la ucronía. De hecho, en una ucronía se trata de torcer la historia, crear un escenario totalmente ficticio, un «y si tal vez…» que nunca sucedió. En la comedia, tenemos ucronías geniales como La Cantata del Adelantado Don Rodrigo Díaz de Carreras de Les Luthiers, en las que se cuenta las aventuras en las que se vio envuelto y cómo se desenvolvió de ellas, antes de la llegada de Colón a este continente (de allí su título de adelantado), o también Life of Brian de Monty Python, sobre la vida de Brian de Nazareth, quien habría nacido en el año 0 de nuestra era y fuera crucificado por los romanos, por todos nosotros. No era el mesías, solo fue un chico travieso.
Pero la ucronía de Binet y las obvias licencias literarias propias de este género no se detienen allí y es sobre el supuesto pasado quiteño del Inca Atahualpa. Al comenzar a presentarle como protagonista de la historia se dice que él era «el hijo que había tenido [Huayna Cápac] de una princesa de Quito».
Como no es objetivo criticarle la licencia literaria (que, por otro lado no tendría sentido absoluto, al tratarse de una ucronía), sí quizá valga la pena hacer un comentario sobre la madre de Atahualpa. Para poder explicarla, valdría la pena entender los conflictos entre familias que había en el Cusco a la llegada de los españoles. Y entender qué eran las panakas. Mucho de lo que se va a explicar está basado en Rostworowski (2014 [1988]: 150ff) y en Ziólkowski (1996).
Rostworowski insiste que la elección de los incas sucesores no se daba necesariamente hacia el hijo mayor, sino que era un tema de aptitud. Es un consenso que Huayna Cápac iba a ceder el cargo, a su muerte, a Ninancuyochi. Pero tanto Huayna Cápac como Ninancuyochi fallecieron por una peste traída por los españoles. Eso trajo consigo un vacío de poder que originó el conflicto entre dos sectores poderosos del Cusco, las panakas de Pachacútec Inca Yupanqui y Túpac Yupanqui. Durante la vida de cada Sapa Inca (el título que llevaban los gobernantes cusqueños), ellos acumulaban tierras, bienes, oro, tejidos de alta calidad, sirvientes, haciendas, etc. A su muerte, estos no pasaban a manos del nuevo Sapa Inca, sino que, asumiendo que el Inca seguía vivo a través de su momia (o mallqui) estos pasaban a ser administrados por su familia o panaka, hijos, hijas, esposa, todos aquellos que no tuvieran que ver directamente con el nuevo gobernante. Las panakas eran las albaceas o guardianas de dichas riquezas. Y hacia los días finales de la vida de Huayna Cápac las dos panakas más poderosas eran las de Pachacútec Inca Yupanqui y la de Túpac Yupanqui.
La madre de Huáscar pertenecía a la panaka de Túpac Yupanqui. Al morir Ninacuyochi impulsó que su hijo se convirtiera en Sapa Inca (por lo que hubiera significado a nivel de nuevos bienes a conquistar). Lo propio hizo la panaka de Pachacútec, a través de la madre de Atahualpa. La madre de Atahualpa, una palla de dicha panaka, se llamaba Tocto Ocllo.
¿Por qué llega la idea de que Atahualpa era un inca «ilegítimo»? Eso fue a través de Garcilazo de la Vega, el inca historiador, vinculado a la familia de Huáscar. Garcilazo debía contar la historia de los incas a los europeos y no solamente no ocultó su desprecio a la panaka de Pachacútec Inca Yupanqui, sino que debía legitimar a Huáscar como un gobernante al que se le despojó, por fuera de ciertas lógicas europeas de sucesión monárquica, de su trono. Esta fue la versión garcilacista la que predominó por décadas en la enseñanza peruana.
Pero no solo aquí. En la historiografía ecuatoriana también prevaleció la idea de un Atahualpa hijo de una princesa quiteña, de un reino «scyri» o chiri (Salazar, 1995: 51ff). Sin embargo, no hay evidencia ni arqueológica ni lingüística de dicho reino. Sería el historiador ecuatoriano del siglo XVIII Juan de Velasco quien promovería dicha versión, para que luego cierto sector nacionalista ecuatoriano hable de un Imperio Chiri y no Inca a la llegada de los españoles (bajo el supuesto negado que Atahualpa, quien habría reclamado su ascendencia chiri, habría derrotado a su medio hermano cusqueño Huáscar). Sin embargo, de Velasco tampoco ofreció mayor evidencia alguna. Salazar es muy claro al señalar que fueron sectores criollos los que se encargaron de levantar tal versión de la historia, como otra forma del «chiris sí, indios no» (parafraseando al clásico texto de Cecilia Méndez, 1996, Incas sí Indio No): Siempre será mejor para los sectores criollos hablar de viejas noblezas precoloniales que se extinguieron que otorgarle agencia a los pueblos originarios y su justa demanda por acceso a derechos.
Como dije al inicio, esto no es en lo absoluto una crítica al libro de Binet porque finalmente es ficción y un autor puede tomarse todas las libertades creativas que quiera. Es un apunte a un impasse que lleva ya varios siglos pero que aún llega a nuestros días.
[Imagen destacada: Los funerales del Inca Atahualpa, por Luis Montero]
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