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Una pregunta de investigación sobre tecnologías educativas

Dicen que escribir parte de la incomodidad, de un faltante, de algo que no cierra. Eso puede ser tan válido para el campo de la ficción, de la narrativa, como para las ciencias sociales. Partimos de preguntas sobre asuntos que conocemos, pero sobre todo, sobre un tema de vacío, una duda que nos atormenta. Guillermo Nugent hacía la distinción aquí, al señalar que «hay una diferencia entre entender la investigación como descubrimiento o como confirmación» (1). Nos lanzamos al campo del descubrimiento y la sorpresa porque estamos predispuestos a ello. El camino errado sería ir hacia lo seguro, escribir para confirmar aquello que tenemos ya pre configurado por nuestras lecturas previas.

¿Cómo entonces construimos una pregunta, desde la antropología, sobre «la tecnología»? ¿Qué es lo que nos queda por descubrir sobre «lo tecnológico», cuando «la tecnología» es algo que nos rodea y se ha vuelto nuestro filtro para vincularnos entre nosotros y con el mundo en el que vivimos? ¿Qué nuevas preguntas podemos hacernos? Al menos en el caso peruano, han sido pocos los antropólogos que se han lanzado a tratar de descubrir «lo tecnológico». Este campo de investigación, que en otros lados ha abierto toda una línea que ya tiene años, la de los estudios sobre ciencia y tecnología, en el Perú ha sido aprovechada por comunicadores e historiadores. Quizá inspirados por el espíritu de Marshall McLuhan, los comunicadores entienden muy bien la necesidad de investigar los medios y las mediaciones, aquello que permite la intercomunicación entre humanos y no-humanos. Los historiadores vienen también realizando pasos agigantados estudiando cómo estos actores no-humanos afectan la vida humana y viceversa.

Otra disciplina de las ciencias sociales, la arqueología, ha participado, de manera empírica, en el estudio de «lo tecnológico». Casi toda la arqueología se basa en el estudio de la cultura material, y de inferir hechos sociales del pasado a partir de los restos que los humanos han dejado. Sin embargo, al menos en el caso peruano, son pocos los que se aventuran a tratar de dialogar con el resto de las disciplinas.

Aquí el tema que nos hemos planteado es el de las tecnologías en un ámbito bastante particular. Estamos planteando como objeto de estudio las tecnologías educativas o, mejor dicho, las tecnologías en el ámbito institucionalizado de la escuela. Queremos indagar su uso, pero también su significado. Queremos saber qué expresan para sus operadores, pero también queremos saber «qué le dicen» estas tecnologías a las personas que las usan. Partiendo de la idea que una tecnología es más que un objeto inanimado, estas contienen ideas, historia, cultura material. Una pizarra, un cuaderno o una laptop se comunica con los docentes y con los estudiantes. Expresa cosas. Informa. Lleva un mensaje. Y en un espacio como la escuela muchas veces, como intentaremos ver, hay pugnas por saber quién es la voz autorizada para escuchar lo que estos objetos nos quieren decir.

En ese mar abierto de voces, de actores humanos y no-humanos, nos interesa prestar particular atención a los niños y niñas. No es un asunto arbitrario. En la reconstrucción que propondremos para nuestra investigación, queremos probar que en las distintas políticas de uso de tecnologías en el ámbito de la escuela, la última voz escuchada ha sido la de los niños, niñas y adolescentes. Esto plantea una paradoja bastante interesante, toda vez que en el discurso de los últimos años se ha instalado la idea, no sustentada bajo ninguna evidencia de ningún tipo, del llamado «nativo digital»; esto es, una brecha digital de carácter etario, donde por un lado tenemos a los de generaciones más antiguas, una suerte de inmigrantes o colonos digitales, y por otro lado, esta idea de que los más jóvenes tienen un talento o predisposición «natural» hacia el uso de cierto tipo de tecnología. Por lo tanto, hay una paradoja abierta entre quienes se han constituido como los traductores oficiales de estas tecnologías (los docentes y los decidores de políticas educativas) y por otro lado entre quienes son los que, supuestamente, serían los que pueden dialogar de tú a tú, sin traductor necesario, con estos mismos objetos.

La duda que nos atormenta aquí tiene que ver con el entender qué es lo que escuchan estos niños, niñas y adolescentes, sobre las tecnologías en el ámbito de la escuela. Queremos saber cómo se ven ellos mismos frente a las tecnologías, cómo se relacionan con estos objetos de cultura material, y cómo se ven también frente a los otros actores humanos que intervienen y se colocan como traductores o aduaneros de información y conocimiento. Es un vacío que queremos llenar con nuestra investigación. Creemos que un estudio así puede ayudar para distintas cosas. En principio, para entender mejor cómo impacta en nuestra vida cotidiana el despliegue cada vez mayor de las tecnologías digitales. En segundo lugar, porque creemos que es importante escuchar y atender la voz de los niños, niñas y adolescentes y cómo su vida se ve afectada por dicho despliegue. En tercer lugar, porque creemos que en el diseño de las políticas públicas vinculadas a la educación, pocas veces se presta atención a los objetos y dispositivos, a las tecnologías. Muchas veces estas políticas se concentran mucho más en los mensajes que los dispositivos cargan (una pizarra, un libro, una tablet) sin entender que muchas veces es más importante el contenedor que el contenido.

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(1) Nugent. G. (2019). Los conceptos no se aplican ni se repiten, solo se inventan. En: https://guillermonugent.home.blog/2019/06/26/los-conceptos-no-se-aplican-ni-se-repiten-solo-se-inventan/

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